Se cumplirán cincuenta años de la matanza del dos de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, su significado y transcendencia siguen siendo puestos en juicio, aún hay quienes se preguntan qué fue lo que ocurrió y por qué el gobierno mexicano actuó de forma violenta e irracional. A pesar de que año con año se realizan actividades, manifestaciones y se publican diversas opiniones, e incluso, se revelan nuevos datos, aún pesa sobre esos hechos un manto de impunidad que cubre la verdad de lo acontecido.
La escritura de la historia suele tener sello e intención de quien se erige vencedor, las versiones de lo acontecido están estructuradas para reforzar ese posicionamiento, los vencedores escriben para sí mismos y para extender su hegemonía ideológica al resto de la población. Esto ocurre con toda la historia oficial; versión de arriba impuesta a los de abajo. Sin importar el paso del tiempo, aún la enseñanza en las escuelas del país continúan negando o tergiversando los hechos, el 68 tiene encima ese manto impune de la historia del vencedor que nubla la comprensión de lo acontecido.
Podría pensarse una exageración lo arriba expuesto, pero con un ejercicio de análisis del conocimiento que la población general tiene sobre el 68, se demostraría que no es una exageración, sino que incluso, la aseveración queda por demás somera. Tan sólo ese hecho justifica que año con año se organicen actividades que buscan concientizar sobre la importancia y trascendencia del 68. Pero es necesario reconocer que en muchos sentidos no se ha logrado romper con el cerco informativo que el poder persiste en imponer, quedando en entredicho, la propia lógica sistémica que dio lugar a que el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz tomara la decisión de asesinar a cientos de mexicanos con el fin de conservar el statu quo y mantener los intereses de la clase en el poder. La historia oficial busca que lo sucedido en Tlatelolco se mire como un hecho aislado, siendo en realidad, la expresión álgida de la violencia que el capitalismo impone a nuestra realidad, llegando a nuestros días con casos como el de Ayotzinapa.
Los mismos hechos de la tarde-noche del 2 de octubre han cubierto el significado de todo el movimiento del 68, quedando por encima de sus orígenes, demandas y logros, el velo trágico de la matanza, la ponderación por la justicia de una forma u otra, ha contribuido también, a dejar de lado las aportaciones para la vida social, política, económica y cultural que se realizaron los meses de protesta y resistencia en México, en marcados en la gran revolución cultural que se vivió en el mundo en ese año iniciada en París. La nostalgia histórica es un condicionante para las interpretaciones que con el tiempo ha jugado un importante papel a favor de la historia oficial. Esto es algo que se debe reconocer si queremos superar la historia de los vencedores y revelar la historia de los oprimidos.
La contrahistoria es el desenmascarar la forma en que se ha ocultado el rostro de los hechos y sucesos históricos, pero sobre todo, es el reconocimiento de los sujetos sociales que han sido expulsados por la historia oficial del acontecer social. La historia tradicional justifica la dominación, es usada para mantener el control ideológico de la población y negar toda posibilidad de interpretación crítica de los sucesos históricos y presentes, es en suma, una especie de droga que adormece conciencias e implanta el desanimo entre quienes padecemos en la realidad las flagelaciones a las que el sistema nos condena. La contrahistoria es la respuesta a esa dominación, es el ejercicio de la crítica a través del tiempo para ir reconstruyendo y explicando las razones del hoy, en servicio de los expulsados de los libros de texto y los almanaques oficiales. La contrahistoria es la confrontación con la tradición histórica y con los historiadores que defienden al sistema mediante la falsa erudición aplaudida por el sistema.
El movimiento del 68 fue una crítica aguda al sistema o a los sistemas de la época, cuya transcendencia sigue revelándose, fue una ruptura con el poder y sus maneras de representación, fue la generación de la conciencia por medio de la relevación de lo oculto. El 68 marcó el camino para la revolución cultural que se comenzaría a vivir en su seno, y que hoy se observa en cada una de las demandas en materia de reivindicación social. El movimiento del 68 necesita la alternativa abierta por la contrahistoria que otorga la posibilidad de dar su lugar a cada uno de los protagonistas desterrados del mapa descrito desde el poder, para que su espíritu se revele en toda su dimensión. La contrahistoria es el ejerció de ruptura de las cadenas que aprisionan el pensamiento.
Cristóbal León Campos, Miembro del Colectivo Disyuntivas