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domingo, 4 de junio de 2017

Chelsea Manning es una mujer libre



Su heroísmo va más allá de la denuncia de crímenes de Estado

El heroísmo de Chelsea Manning ha quedado demostrado desde que se supo que ella había sido quien filtró uno de los archivos periodísticos más importantes de la historia. Tenía las características de la típica denunciante de conciencia. Es decir, alguien que a los 20 años va a la Guerra de Irak creyendo que era una acción noble y descubre la oscura verdad, no solo de esa guerra sino del accionar del gobierno de EE.UU. en el mundo: crímenes de guerra, matanza indiscriminada, complicidad en la corrupción de funcionarios de alto mando y engaño sistemático al público.

En esa situación y sabiendo a lo que se exponía, ella puso en riesgo su propia libertad al difundir documentos que revelaron la verdad, sin buscar ningún beneficio personal. Yo llevo años reivindicando la nobleza de sus actos y mi defensa de ella siempre estuvo centrada en la importancia esencial del material que reveló y en el derecho del público a tener acceso a dicho material.

Es genuinamente difícil exagerar el significado de aquellas revelaciones. Además de difundir uno de los videos más viscerales sobre la carnicería indiscriminada de las fuerzas armadas estadounidenses en varias décadas, las filtraciones fueron consideradas —hasta por los escépticos más negativos en contra de WikiLeaks, como el Editor Ejecutivo del New York Times, Bill Keller— como la chispa que encendió la Primavera Árabe. Incluso algo más de peso aún, las revelaciones sobre cómo las fuerzas armadas de EE.UU. ejecutaron a civiles iraquíes y luego lanzaron un bombardeo aéreo para tapar sus crímenes fueron la razón para que el gobierno iraquí le negara a Obama la inmunidad que este quería conseguir para expandir la guerra en Irak.

Aunque el caso de Manning haya estado de alguna manera supeditado a la percepción cambiante a lo largo del tiempo que el público tenía sobre WikiLeaks, Chelsea en realidad primero intentó contactar a los medios tradicionales como The New York Times, Washington Post y Político. Los intentos de contacto no fueron concretados porque dichos medios no le prestaron atención. En los intercambios que tuvo por internet con un individuo engañoso, quien luego se convirtió en un informante del gobierno y la denunció, ella dijo que su motivación para filtrar información era el interés para generar una “amplia discusión, debates y reformas”. Agregaba: “Quiero que la gente vea la verdad… sin importar quienes sean… porque sin información, uno no puede tomar decisiones coherentes”.

Al principio de las revelaciones, el gobierno de Estados Unidos —como es su costumbre— esgrimió el argumento que la revelación de los documentos pondría vidas en peligro, y que aquellos responsables de su publicación tenían “sangre en las manos”. Pero investigaciones posteriores de AP y McClatchy demostraron que las acusaciones eran infundadas, y finalmente hasta el secretario de Defensa, Robert Gates, puso en ridículo la histérica reacción del gobierno sobre las filtraciones diciendo que había sido “considerablemente exagerada”.

En resumen, aunque Manning fue despreciada y rechazada por la mayoría de los círculos tradicionales de Washington, ella hizo todo lo que uno espera que haga un denunciante de conciencia: Tratar de asegurarse de que el público conozca sobre los actos ocultos de corrupción y delincuencia criminal con el fin de generar un debate y proporcionar poder a la ciudadanía al darle acceso a hechos que le han sido ocultados. Ella hizo todo esto sabiendo que corría el riesgo de ser encarcelada, pero siguió los dictados de su conciencia por encima de su interés personal.

A pesar de la enorme magnitud de su valentía que hizo posible las filtraciones originales, el heroísmo de Manning se ha multiplicado desde entonces, y se ha hecho más multifacético y consecuente. Por ello, es una fuente de inspiración para la gente de todo el mundo. Ahora uno podría decir que las filtraciones a WikiLeaks de 2010 han pasado a segundo plano al evaluar el impacto de Chelsea Manning como ser humano integral. Su coraje y la fuerza de sus convicciones van más allá de una acción impulsiva: Han sido la base de sustentación de los siete años que pasó encarcelada y que ella logró llenar de propósitos, dignidad e inspiración para los demás.

El factor dominante del encarcelamiento de Manning fue la constante agresión. En 2010, durante el primer mes de detención en la prisión naval de Quantico (Virginia), escuché reportes de las escasas personas autorizadas para visitarla sobre las condiciones abusivas del confinamiento de Manning: prolongada detención en solitario, pasaba la mayor parte del día encerrada en la celda, vigilancia permanente y otras cosas peores. Llamé a la prisión naval para investigar estas denuncias, y me quedé sorprendido cuando el funcionario me confirmó la veracidad de los hechos con una actitud displicente.

En base a ello, reporté por primera vez que las condiciones de detención de Manning incluían “tratamiento cruel e inhumano y, según los estándares de numerosas naciones, tortura”. Dicho reporte generó una controversia importante cuyo desenlace fue la renuncia del vocero del Departamento de Estado de Obama, P. J. Crowley, a raíz de que este denunció el tratamiento de Manning como una acción “ridícula, contraproducente y estúpida del Departamento de Defensa”.

Pero eso fue solo el principio de una larga cadena de abusos que ella tuvo que soportar. Varios meses después de mi informe, el New York Times reportó que Manning era sometida a una serie de rituales humillantes, en los cuales se la dejaba “desnuda en la celda durante siete horas”. Y agregaba que durante las inspecciones debía “pararse desnuda” afuera de su celda. Fue entonces, en 2011, que se supo del primer intento de suicidio de Chelsea Manning. Amnistía Internacional denunció las condiciones de su detención como una “infracción de las obligaciones de EE.UU. con las convenciones y los tratados internacionales”. Y más tarde convocó a protestas para exigir el cese de los abusos.

Sin embargo, fue difícil generar amplio apoyo del público y del periodismo a favor de Manning. De los sectores de derecha, muchos consideraban a los denunciantes como "traidores" y se regocijaban con su sufrimiento; por otra parte, muchos liberales leales a Obama se burlaban del abuso sufrido por Manning. Pero finalmente, el relator especial sobre tortura de la ONU investigó las condiciones de la detención de Manning y publicó sus conclusiones en 2012 afirmando que “los militares de EE.UU. son responsables de tratamiento cruel e inhumano”, y que “imponer condiciones de detención seriamente punitivas a alguien que no ha sido encontrado culpable de ningún delito es una violación a su derecho a la integridad física y sicológica, así como a su presunción de inocencia”.

La controversia generada por estos reportes forzó al gobierno de Obama a transferir a Manning de Quantico a la base militar de Fort Leavenworth —una prisión que si bien era más "profesional", no era menos horrorosa— ubicada en el medio de Kansas, a la espera de su juicio. Mientras que su encarcelamiento se vuelve más regularizado, su heroísmo se multiplica a nuevos niveles.

En julio de 2013 Manning fue sentenciada por múltiples cargos de “espionaje” (aunque fue absuelta del cargo más grave: el equivalente a traición por “ayudar al enemigo”). El 21 de agosto fue condenada a 35 años de cárcel. El 22 de agosto —tan solo un día después— presentó su declaración identificándose como Chelsea Manning, una mujer transgénero, y demandó que las autoridades militares autorizaran la terapia médica necesaria para completar su transición:

“Dada la manera en la que yo siento, y he sentido desde la infancia, quiero comenzar una terapia hormonal tan pronto como sea posible. Espero recibir su apoyo en esta transición. También solicito que, a partir de hoy, se refieran a mí usando mi nuevo nombre y el pronombre femenino (excepto en el correo oficial al lugar de confinamiento).”

Es difícil describir la valentía y determinación que tal declaración implica. Menos de 24 horas después de saber que ha sido condenada a pasar los siguientes 35 años de su vida en una prisión militar, se define públicamente como una mujer transgénero y exige terapia médica, a la cual ella tenía derecho legal y ético.

Para lograr captar adecuadamente la valentía de su decisión, es necesario entender cuál era su situación en ese momento. Yo la visité en Fort Leaveworth en 2015. Para llegar allí, uno debe tomar un vuelo a Kansas City, luego manejar más de una hora por los bosques de Kansas, en el proverbial medio de la nada. Uno llega a la extensa y totalmente militarizada base de Fort Leavenworth, adonde fue bastante complicado ingresar. Después de entrar, uno maneja otros 15 o 20 minutos dentro de la base hasta llegar a la prisión naval, que consiste en un laberinto de jaulas y medidas de seguridad que uno debe recorrer para finalmente verla en algún lugar dentro de las entrañas de esa prisión.

En resumen, es casi imposible haber estado más aislado de la sociedad de lo que estaba Chelsea Manning. Identificarse como una persona transgénero y embarcarse en ese proceso de transición es extraordinariamente difícil, incluso en condiciones óptimas. La gente transgénero todavía enfrenta enormes barreras sociales —incluyendo violencia epidémica— incluso cuando tienen una red de apoyo en el seno de las ciudades progresistas. Pero hacer una transición de género encarcelada en una prisión naval, en el interior de Kansas, donde tu vida cotidiana depende exclusivamente de tus carceleros militares, es inconcebiblemente difícil e inconcebiblemente valeroso.

Las dificultades de Manning en la cárcel, incluyendo sus intentos de suicidio y el grotesco castigo que recibió por ellos, fueron difundidas al público. Aunque las autoridades carcelarias le dieron a regañadientes una parte de la terapia que ella pedía, también le impusieron restricciones mezquinas, como la negativa a que se dejara crecer el pelo y a proveerle el apoyo que ella necesitaba.

Yo, como una de las pocas personas con autorización para visitarla, pasé muchas hablando por teléfono con ella durante ese periodo. Su experiencia —tanto la general en la cárcel como la específica de la transición de género— estuvo marcada por barreras y dificultades totalmente injustificadas causadas por la malicia e ignorancia de las autoridades carcelarias.

Pero el rasgo más impactante de la personalidad de Chelsea Manning es su persistencia inquebrantable. En el tono más humilde pero decidido, ella insiste en seguir el camino correcto, sin importar los riesgos ni los costos personales. Y al hacer esto, fue mucho más allá de su acto inicial de denunciante de conciencia, se convirtió en una héroe del movimiento LGBT a nivel mundial y de muchas más personas, al exigir el derecho de ser reconocida por lo que es, y vivir libremente, incluso en las condiciones de mayor opresión.

Este no es un caso en el que yo pueda fingir objetividad o neutralidad periodística. Considero a Chelsea Manning como una de las mayores heroínas de su generación, al igual que una amiga valiosa. Mientras que su liberación el día de hoy [artículo escrito el 17 de mayo] tiene un sabor agridulce: ¿Cómo olvidar la grave injusticia de que ella haya pasado casi toda la década de sus veinte años encarcelada por algo que amerita la gratitud colectiva, y que haya sufrido un abuso continuo? Estoy emocionado de que ahora que será liberada ella podrá finalmente vivir como una mujer libre e increíblemente entusiasmada con sus metas, que son una fuente de inspiración para la gente.

En definitiva, Chelsea Manning es una persona única no solo por su heroísmo político, sino principalmente por cómo ha recorrido su camino después de dicho acto político. Como relaté en la carta que escribí apoyando la petición de clemencia, ella es la persona con mayor capacidad de empatía y de compasión que he conocido en mi vida. Cuando conversaba con ella, me resultaba difícil contener la rabia y el resentimiento contra el abuso que ella sufría. Sin embargo, ella jamás expresaba o compartía ni una fracción de mi ira, todo lo contrario; a menudo defendía a aquellos que le hacían daño poniéndose en el lugar de ellos y justificándolos.

Podemos estar seguros de que su transición hacia la libertad no será fácil. Ha estado encarcelada desde que tenía 22 años. Ella sabe que es una figura que genera polémica y polarización, y tiene incertidumbres sobre cómo será su vida afuera de Fort Leavenworth. Será naturalmente una enorme adaptación a todo nivel.

Pero Manning es una de las personas más inteligentes, interesantes e inspiradoras que uno pueda tener la suerte de conocer. Hay un grado masivo de apoyo y admiración por ella en todo el mundo, como quedó demostrado por la increíblemente exitosa campaña de recolección de fondos para facilitar su transición hacia la libertad. Ante la mención de su nombre, sin importar en qué parte del mundo yo haya hablado, la gente se ha puesto de pie para ovacionarla. Todo esto —que ella sepa cuánto amor y gratitud existe hacia ella— indudablemente la fortalecerá en lo que sea que decida hacer.

Es raro, especialmente en estos últimos tiempos, hallar inspiración en una historia política. Pero la última década de la vida de Chelsea Manning y su potencial para el futuro es uno de esos casos únicos. Uno no debe idealizar lo que le ha sucedido a ella. Hay mucha injusticia, maldad e indignación en su historia. Pero la manera en la que ella ha inspirado a mucha gente y el hecho de que hoy sea libre son una causa de auténtica celebración, y un recordatorio de que los seres humanos mediante actos puros de conciencia y determinación pueden por sí solos mejorar el mundo.

Fuente: http://theintercept.com/2017/05/17/chelsea-manning-is-a-free-woman-her-heroism-has-expanded-beyond-her-initial-whistle-blowing/ 

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