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martes, 15 de noviembre de 2016

¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?



Internet nos permite acceder a una cantidad de información como nunca antes habíamos conocido.
nicholas Carr nos propone en este libro una reflexión sobre el coste intelectual que supone la cesión
de ciertos procesos cognitivos a esta tecnología. nos advierte de que el uso de Internet y sus aplicaciones para la búsqueda y recopilación de información pueden estar teniendo un impacto negativo en nuestros procesos de pensamiento profundo y creativo.

La universidad, que es la institución social más directamente implicada en el desarrollo y difusión
del conocimiento, se está viendo obligada a reaccionar ante los nuevos planteamientos de acceso,
producción y trasmisión del conocimiento que representa internet. En los últimos años estamos
asistiendo a una expansión en el uso de internet y de sus múltiples y efi cientes utilidades de acceso
a la información dentro del trabajo académico universitario. En muy poco tiempo se ha convertido
en habitual recurrir a entornos educativos virtuales, cursos no presenciales en línea, revistas electró-
nicas, uso de recursos de la web 2.0 para la enseñanza-aprendizaje, uso de motores de búsqueda
de información, bases de datos y un sinfín de posibilidades que nos ofrece la conexión a internet. El
acceso a la información es más fácil y rápido que nunca, pero un cambio tan importante tal vez esté
afectando a cualidades del conocimiento que se adquieren con el uso de estas herramientas. Esta es
la cuestión que plantea y que trata de responder el libro Superfi ciales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? de nicholas Carr.
La respuesta de Carr parte de un par de ideas ya planteadas por Marshall McLuhan en Comprender
los medios de comunicación: las extensiones del ser humano. Cuando hablamos de medios
tecnológicos, convencionalmente no tendemos a valorarlos en sí mismos como buenos o malos,
sino que lo hacemos en función de su contenido o de su uso. Consideramos así que el contenido
de un medio importa más que el medio en sí mismo a la hora de infl uir en nuestros actos y pensamientos.
Y asumimos también que, dependiendo del uso que se haga de un medio tecnológico concreto, éste podrá tener consecuencias positivas o negativas. Sin embargo, para McLuhan, los medios tecnológicos además de ser canales de información que proporcionan el material del pensamiento,
también modelan nuestro proceso de pensamiento. Así pues, independientemente del modo en que derive la utilización de un medio tecnológico, tan solo con usarlo ya estamos sujetos a una transformación.
El siguiente paso que da Carr es aportar pruebas empíricas a partir de estudios de neurología que
muestran la enorme plasticidad del cerebro gracias a la posibilidad de interconexión de las neuronas
a través de enlaces sinápticos. Esto permite a nuestros cerebros adaptarse y reorganizarse desconectando unas neuronas y conectando otras. Los estudios neurológicos demuestran que todas las
actividades mentales tienen una repercusión biológica en nuestros cerebros, estableciendo nuevas conexiones neuronales. De esta manera, la utilización de cualquier tecnología exige un tipo de actividad
mental que provoca cambios biológicos en las conexiones neuronales de nuestros cerebros.
En la elaborada respuesta de Carr, también se dedica un espacio al análisis de algunos ejemplos
de tecnologías como los alfabetos, los mapas, los relojes o las brújulas que, a la vez que han supuesto
beneficios prácticos, han afectado a nuestros procesos de pensamiento. Una de las tecnologías
intelectuales de mayor influencia en las sociedades modernas ha sido la imprenta, que durante más
de cinco siglos ha sido la principal responsable de elaborar, almacenar y transmitir el conocimiento
a través de sus productos. La invención de Gutenberg supuso una expansión del lenguaje y de las
posibilidades de pensamiento que hasta entonces había quedado reservada a una élite cultural. El
libro impreso es una tecnología que exige centrar en ella la atención y fortalece la capacidad de pensamiento
abstracto, profundo y creativo. Sin embargo, a mediados del siglo xx comienza a gestarse
un cambio sociocultural con la dedicación de mayor tiempo y atención a medios de entretenimiento
eléctricos y electrónicos como la radio, el cine, el fonógrafo o la televisión. Tecnologías que podían
desplazar, pero no sustituir, dadas sus limitaciones en la transmisión de la palabra escrita, a los libros
impresos en papel… Pero la llegada de los ordenadores y, más tarde, su posibilidad de conexión a
internet supone una revolución en la transmisión de la palabra escrita. Este es el aspecto sobre el que
el autor centra su respuesta.
Para Carr, «el tránsito de la página a la pantalla no se limita a cambiar nuestra forma de navegar
por un texto. También influye en el grado de atención que prestamos a un texto y en la profundidad
en la que nos sumergimos en el mismo» (págs. 114-115). Por ejemplo, los enlaces o hipervínculos de
un texto captan nuestra atención invitándonos a pulsarlos y abandonar el texto en el que estamos
inmersos, con lo que terminan distrayéndonos e impidiendo dedicarle una atención sostenida al
mismo. Internet nos abre las puertas a una biblioteca de información sin precedentes, por tamaño y
alcance, y nos permite deambular y encontrar con suma facilidad lo suficiente de cualquier tema que
se nos ocurra, pero, a la vez que le cedemos este esfuerzo mental, también estamos disminuyendo
la capacidad de conocer con profundidad una materia por nosotros mismos. A medida que vamos
cediendo procesos de pensamiento a las utilidades de internet, también estamos mermando el potencial
de nuestro cerebro. El paralelismo que establece Carr como ejemplo es contundente: «Cuando
un obrero que se dedica a cavar zanjas cambia su pala por una excavadora, los músculos de su
brazo se debilitan, por más que él multiplique su eficiencia. Un intercambio muy similar podría estar
llevándose a cabo cuando automatizamos el trabajo de la mente» (pág. 260). A la vez que nos ofrece
numerosas posibilidades, internet también nos impone limitaciones. Cuanto más usamos internet,
más amoldamos nuestra mente a su forma y su función.
El libro está repleto de continuas referencias y ejemplos donde el autor justifica cada una de
sus arriesgadas aseveraciones. Su lectura es muy sugerente y más que recomendable en el ámbito
universitario. Es una excelente oportunidad para plantearnos lo que conlleva para el conocimiento
y para nuestros procesos de pensamiento la imperceptible y cada vez mayor dependencia de esta
tecnología intelectual.

Nicholas Carr es un ensayista estadounidense especializado en temas de tecnología, cultura y
economía. Fue director del Harvard Bussines Review. Actualmente forma parte del consejo editorial
de la Enciclopedia Británica y del consejo directivo del Proyecto de informática en nube del Foro
Económico Mundial (World Economic Forum’s Cloud Computing Project). Ha publicado artículos en
The Atlantic, The Guardian, The New York Times, The Wall Street Journal, The Financial Times, The Times of
London o Die Zeit, entre otros. En 2004 publicó Las tecnologías de la información ¿son realmente una
ventaja competitiva? y en 2008 El gran interruptor. El mundo en red, de Edison a Google (2008), dos libros
que ya suscitaron polémica. 

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