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martes, 4 de agosto de 2015

La antropología en la conformación del estado nacional mexicano



Ramiro Hernandez Romero

Introducción

El objetivo del presente escrito, es analizar la historia de México y la producción antropológica, herramienta que sustentó una parte del proyecto en la construcción de la sociedad mexicana. Sin irme más allá de la complejidad y el desarrollo alcanzado por esta disciplina en nuestros días, voy a limitarme a aquello de lo que algunos antropólogos llaman aplicada. No me involucraré en el debate cerca de antropología y la antropología aplicada, sino más bien por qué se hizo antropología aplicada, e influida indudablemente en su contexto político económico y social del país. La antropología aplicada obedece a su contexto político, económico, social y cultural, de ahí que es determinante en su aplicación. Debo decir que entre antropología y antropología aplicada no hay o no debe haber diferencia, porque la intención de la antropología muchas veces tuvo objetivos de aplicación. La antropología se consigue captarla en su mayor dimensión y aproximación desde el punto de vista histórico en el que se dan los cambios políticos, económicos y sociales; es en ese sentido que la antropología aplicada o la antropología obedecen a dichos cambios en el tiempo histórico. El análisis abarcará un largo periodo histórico, lo que Braudel llamó larga duración, es decir, un periodo de más de un siglo. La historia es concebida aquí como un proceso en el tiempo y en el espacio. Lo haré con el fin de distinguir tres momentos o coyunturas en la historia del capitalismo mexicano y de esa forma para identificar las formas de hacer antropología aplicada, que abarcan e inicia en la segunda mitad del siglo XIX, con la consolidación de los liberales al poder, particularmente con Benito Juárez, después con el ascenso del porfiriato, y finalmente con el periodo posrevolucionario. En cada periodo intentaré identificar el desarrollo de la antropología (aplicada), hoy también llamada también indigenismo, que se formuló la elite dominante para consolidarse y sostener su dominio. Con esa idea o pretensión por llevar a cabo la construcción de una sociedad, con intentos de que fuera rasgo propio y nacional, la elite se posiciona en el poder con ayuda de sus intelectuales orgánicos.

Por antropología aplicada entiendo aquello que la antropóloga Margarita Nolasco Armas definió como “utilización formal de los conocimientos aportados por la ciencia antropológica para la solución de problemas prácticos” (Nolasco; 2010: 66). Conocimientos que eran indispensables para la construcción y constitución de un régimen social dominante. Si bien existen otras definiciones, que en el fondo no cambian, como aquella otra de Marvin Harris al referirse a la participación de “antropólogos culturales se han implicado de manera ocasional o regular en investigaciones que tienen aplicaciones prácticas más o menos inmediatas” (Harris; 2007: 451). O por citar la del antropólogo Andrés Latapí que dice es “el de prestación de un servicio, en el que se definen una serie de características que lo hacen útil al contratante, sea éste el Estado o el mercado” (Latapí; 2005: 105). Cada una de las propuestas muestra particularidades y distinciones de acuerdo en el tiempo, como decía, no cambia en el fondo, pero para los propósitos del presente trabajo, me apoyaré de Margarita Nolasco.

Las fuentes que sustentan este trabajo, muchas de segunda mano, fueron encontradas en la biblioteca de la Escuela Nacional de Antropología, otras fueron reunidas a lo largo de mis estudios de antropología, y otras en una búsqueda que realicé en Internet, que resultan accesibles para el estudioso o inquietud de alguna persona que desee conocer sobre la antropología. En este sentido resultaron útiles los artículos de la revista de antropología Cuicuilco.

1. LOS LIBERALES DE LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX Y LA NECESIDAD DE LA ANTROPOLOGIA

El largo surgimiento, después la consolidación y la rápida expansión del capitalismo, marca como principal motivo el surgimiento de la antropología, que en términos históricos, económicos, ideológicos y culturales sustentan esta disciplina como ciencia al servicio del régimen. La consolidación del capitalismo que se expresa de manera más abierta, aunque con algunas restricciones, se da con las revoluciones burguesas. Empezando con la de Inglaterra en términos económicos, y terminando con la francesa en términos políticos e ideológicos. En estos años en que todavía las burguesías no se sentían seguras pero que de alguna forma se montaban a construir una nueva sociedad en la cual ellas consolidaran su poder, en esta nueva sociedad se planteaban el dominio de otros pueblos, o también llamadas etnias (para los antropólogos).

En la segunda mitad de siglo XIX después de librar largas luchas contra el llamado antiguo régimen y movilizaciones de grupos obreros, las burguesías tienen el camino libre para la expansión y su segura consolidación a nivel mundial. La expansión rápida que inicia en este periodo, va a traer para las burguesías o las sociedades capitalistas el contacto con sistemas económicos distintos, y desde ahí se va a plantear la manera de cooptarlos, dominarlos y controlarlos. La mejor manera será la creación de mecanismos “científicos” que facilite transformarlos y así los pueblos puedan ser convertidos a imagen y semejanza del occidente capitalista. Es desde este momento, e inclusive hasta nuestros días, en que se plantea la manera de integrarlos. Roger Bastide tiene razón al afirmar que: “Se puede decir que, desde los primeros contactos entre poblaciones europeas y poblaciones indígenas, el grupo dominante, atrincherado en su orgullo cultural, elabora una estrategia tendiente a modificar la mentalidad, transformar los comportamientos y reorganizar las estructuras sociales de los grupos dominados en función de intereses externos a estos últimos” (Bastide; 1972: 15). Occidente va desarrollar la antropología con este fin, es decir, la manera de que puedan ser transformados e integrados al régimen capitalista, generando con el tiempo una escuela que tiene elementos, digamos, más avanzados, que se da en la segunda mitad del siglo XIX; y que después se desarrollará también en sus antiguas colonias de América, mucho tiempo después, como veremos. México no está exento de esta política como también veremos. La propuesta ideológica, política y económica bajo la cuestión de la idea de progreso, sustentará las bases para la formulación de una corriente de pensamiento llamado positivista y que luego influye en la antropología llamada evolucionista (o evolucionismo), la primera escuela de antropología científica occidental. No voy a recorrer todas las corrientes antropológicas que se construyeron en occidente, sino solamente menciono al evolucionismo para entrar a ver su influencia poco después en América Latina, y particularmente en México.

La región que hoy conocemos como América Latina, en el siglo XIX fue un periodo de inestabilidad política, social y económica, pues recién había conquistado su independencia de los países colonialistas como España y Portugal. La creación de nuevos Estados-Nacionales estaba en proceso de construcción. El caso de nuestro país es ejemplo de ello. En el México independiente la elite criolla había quedado como grupo el poder que direccionaría la política económica en el país. En un periodo de gran inestabilidad que atravesó gran parte del siglo XIX, forma parte de una historia llena de grandes problemas. Esto de debió, en primer lugar, por la crisis económica en que dejó el país por la guerra de independencia. En segundo lugar por las disputas entre liberales y conservadores por hacerse del poder. Y en tercer lugar por las intervenciones y la ambición de los países imperial-colonialistas como Estados Unidos la cual le arrebató la mitad del territorio, y Francia que con el pretexto de una deuda y con la complicidad de los conservadores se hace del poder del país, esto se presentó en diferentes momentos históricos los cuales no voy a profundizar por cuestiones de espacio.

La larga lucha de los liberales desde principios de siglo XIX no se ve concretada hasta la segunda mitad. El triunfo de los liberales sobre los conservadores y otros sectores sociales, le permite llevar a cabo con mejores condiciones la construcción de un Estado-nacional que ya se plateaba años atrás. El periodo nombrado por los historiadores como la Reforma, que va de los años de 1854 a 1876, no es más que el triunfo de los liberales, particularmente con la revolución de Ayutla, la guerra de Reforma y la intervención francesa. La constitución de 1857, es el claro ejemplo de la consolidación y triunfo de los liberales. En tal constitución se sostiene la política e ideología de una burguesía en ascenso. En ella se “introdujo en forma sistemática los ´derechos del hombre´: libertad de educación y de trabajo; libertad de expresión, de petición, de asociación, de tránsito, de propiedad; de igualdad ante la ley, y la garantía de no ser detenido más de tres días sin justificación. La constitución ratificaba la soberanía del pueblo constituido como en república representativa, democrática y federal formada por estados libres y soberanos en todo lo concerniente a su régimen interior, con un gobierno dividido en tres poderes” (Zoraida; 2004: 172). En otras palabras, era el orden social que les daba legitimidad a los liberales o la burguesía en ascenso.

Pero uno de los triunfos más significativos e importantes en ese momento y para los siguientes años, será sobre la iglesia. Fue con la intensión de apoderarse de los bienes de manos muertas que no solo incluían las propiedades eclesiásticas, sino también de las propiedades que poseían las comunidades indígenas, particularmente sobre las tierras. Se trataba, en el caso de las comunidades indígenas, de expropiarles sus propiedades, sin preocuparse al principio de sus propietarios, o por lo menos en generar la mano de obra indispensable para el proyecto político-económico que los liberales se proponían. De hecho el capitalismo que se estaba formulando en México requirió, para poder establecerse, una mano de obra y desposeída, que fuera obligada para a obtener su subsistencia vendiendo su fuerza de trabajo. Sin embargo en aquel momento lo que se plateaba era la desposesión o despojo de las tierras de los indígenas como primera forma de acumulación originaria de la burguesía incipiente.

La pregunta surge aquí es: ¿qué hacer con los indios? Conviene decir que se formulaba una nueva política sobre los indios que ya se había presentado desde un tiempo atrás pero que se actualizaba. Surge una nueva política para darle soluciones prácticas y rápidas al proyecto nacional, es decir, la manera de convertirlos para que fueran ciudadanos de la incipiente nación, y se liberara la condición de indio. Se renueva el discurso antropológico para hacer frente al problema del indio una vez que le ha despojado de sus propiedades. Para hacer frente al problema del indio se va formular una política que hoy se le conoce con el nombre de indigenismo. Cabe decir que el indigenismo desde sus orígenes es producto del Estado para llevar a cabo el proyecto nacional y la modernización del mismo. El indigenismo es una política del Estado que tiene un claro objetivo integracionista, pues la población indígena no era considerada mexicana, y el hecho de no serla obstaculizaba su desarrollo de ella y de la nación y por lo tanto no era considerada ciudadana y en ese sentido había que convertirla en la misma. Desde antes, en este momento y después, el tema del indio se convertirá en un tema del Estado que planteará profesiones para su conversión, pero sobre todo convertir este caso, en la idea del problema del indio. En este momento los mecanismos de aplicación de la antropología para la conversión fueron muy incipientes. Pero fueron para los liberales muy eficaces, en el periodo de la Reforma, pues aplica lo que Héctor Diaz-Polanco basándose en la idea de Gonzalo Aguirre Beltrán llama la política indigenista incorporativa que consistió en que “se vieron en la necesidad de procurar la incorporación de los grupos étnicos llamados indios, que no participaban en la vida nacional, porque no tenían noción ni sentido de nacionalidad. Tal política se desarrollará bajo el signo de las ideas liberales, y pondrá en práctica un programa de incorporación sobre la base de la libre competencia y la propiedad privada. Las corporaciones (la eclesiástica y las que constituyen las comunidades indígenas) serán puestas en jaque, a fin de que se adapten a estos imperativos. Se imponen a las comunidades indígenas la parcelación, obligándolas a titular las parcelas, como propiedad privada” (Diaz-Polanco; 1987: 18). Las comunidades indígenas serán obligadas a ser propietarias individuales de sus propias tierras de solo una pequeña parte de lo que les habían arrebatado.

El despojo y la integración de los indígenas no se dieron de manera de manera pasiva y sin violencia, sino por el contrario, se generó un gran descontento con fuertes luchas y enfrentamientos de los liberales con algunas comunidades indígenas que muchas de estas consiguieron sobrevivir muchos años después. Dichos conflictos son muy poco observados por algunos antropólogos cuando hacen sus análisis, e inclusive algunos historiadores convencionales apenas hacen referencia. La historiadora Leticia Reyna tiene estudios donde hace referencia a estos conflictos, y dice que “el proyecto liberal tendió a excluir de los beneficios de la modernidad a la mayoría de la población y en particular indígenas y campesinos, este sector manifestó su descontento de muy diversas formas. Las más reiterativas y que provocaron fuertes conflictos y enfrentamientos armados fueron la lucha por la tierra y la lucha por la autonomía [1] comunal en la primera mitad del siglo. Hacia finales del siglo pasado, por un lado, la lucha cobró la forma de contienda electoral y se incorporó a ella y, por el otro, hubo un resurgimiento de las demandas indianistas. En el proceso, los campesinos entablaron alianzas con diferentes grupos sociales y participaron intensamente en la luchas por el poder local, regional y nacional, con ello contribuyeron a la construcción del estado nacional” (Reina; 1998: II). Es interesante que la movilización indígena fuera muy diversa, pero también por el despojo ocasionado por los liberales fue muy importante y significante.

Pero la política indigenista del Estado de la llamada por los historiadores época de la restauración, particularmente con juarismo, fue impulsada, curiosamente, por un indio, el cual había dejado atrás su pasado indígena. Cómo podemos entender esta aparente contradicción dentro del grupo indígena que fue contrario a su propia existencia. Los liberales habían impulsado entre otras cosas, la educación, que fue efectiva y que “contribuyó a impulsar a numerosos mestizos e indígenas a ocupar destacados niveles de dirección de la vida social, política y cultural del país en esa etapa. El importante papel desempeñado por agentes de la talla de Benito Juárez, Ignacio Ramírez, Ignacio Manuel Altamirano y muchos otros, es expresión” (Gomezcésar; 1995: 86) de como en su mismo grupo social se habían colocado por el lado de la vida nacional. De hecho es interesante que un indio como Benito Juárez fuera impulsor de la política indigenista. Estos indígenas liberales consideraban a la comunidad indígena un estorbo a la libre circulación de la riqueza y de la unidad nacional. Entonces la política indigenista o el indigenismo, una vez que los indígenas se colocaron de lado de los liberales, formularon no una política de los indios para resolver sus propios problemas sino de los no indios. A esta política, a juicio de Aguirre Beltrán, fue la incorporativa. La aplicación de los conocimientos educativos, aplicados antes a Benito Juárez y otros integrados al grupo nacional, fueron necesarios al resto de los indígenas o las comunidades indígenas. En este sentido dice Aguirre Beltrán que “la política incorporativa tuvo por propósito convertir al indio en ciudadano de la nación emergente, concebida ésta como una nación occidental; por consiguiente no aceptó que el indio pasara a formar parte de la sociedad moderna llevando consigo el fardo de sus valores arcaicos, su lengua y sus modos de actuar y de pensar, tan alejados del modelo europeo que tenía en tal alta estima” (Aguirre; 1992: 26).

Llegando aquí sería conveniente citar concretamente la formulación de los conocimientos de antropología que se platearon para darle a los liberales la solución en la que se enfrentaron en su tan anhelado proyecto nacional, sin embargo, las fuentes consultadas dan poco información acerca de ello. Esto se debe al incipiente desarrollo de los conocimientos de antropología en este periodo. Más bien lo veremos en los próximos años en que la llamada ciencia antropología tiene lugar en el México posrevolucionario. Por ahora veremos en el siguiente apartado, que todavía los conocimientos de antropología no son suficientes para su aplicación más sustancial o por lo menos su desarrollo estaba en proceso de construcción.

2. EL PORFIRIATO Y LA CONSTRUCCION DE UNA ANTROPOLOGIA

Con el ascenso de Porfirio Díaz al poder no cambia el contexto político, económico, social y cultural del país. No considero que con el cambio de un hombre al poder del Estado represente una nueva forma de relación con respecto al pasado; esa es una idea de los historiadores e ideólogos más conservadores dispuestos a legitimar un gobierno y ciertos personeros proclives a beneficiarse de las condiciones que las generan. Más bien representa una continuidad de lo que se venía ya aplicando anteriormente y la profundización de lo mismo. El periodo histórico llamado porfiriato el capitalismo tiende a profundizarse. Se desarrolla lo que algunos economistas llaman una economía de enclave; es decir, una política económica que genera las condiciones para impulsar el mercado externo, a expensas de un interno. Además que durante el porfiriato se generaron las condiciones de un periodo de estabilidad política y social bajo un régimen de control y de sometimiento sobre grandes sectores sociales, algo necesario para el capitalismo mundial. Porfirio Díaz gobernó el país durante 30 años, aunque no continuos, por lo menos al principio, que van de 1877 a 1911. Comienza en 1877 después de derrotar a los lerdista e iglesistas, en el que inicia su primer mandato presidencial y concluye en 1911, poco después de iniciar la revolución.

Una característica importante que se distingue de los gobernantes anteriores para conseguir esta mencionada paz en que se mantuvo el país y que no había alcanzado desde la independencia, es que había conseguido una alianza entre conservadores y liberales. Esto le daría, en parte, una estabilidad dentro de los sectores dominantes para que, en términos económicos, diera un empuje al proceso de modernización. Otra característica, como he mencionado, es el control férreo sobre el resto de los sectores sociales. Es decir, la represión sobre la naciente clase obrera, los campesinos, indígenas y algunos de la llamada, pomposamente, clase media. Y finalmente la imposición de una dictadura en lugar de una “democracia” que habían planteado los liberales y al que Porfirio Díaz se adhería, con el fin de conseguir la tan anhelada recuperación económica no lograda antes por la inestabilidad. Si bien también forma parte de una continuidad de los ideólogos de las Leyes de Reforma, y en ese sentido es una prolongación al proyecto de nación capitalista.

La política implementada por el porfiriato consolidó la acumulación de capital en el interior del país con el fin de fortalecer el capital externo. En el interior del país, el proceso de modernización y desarrollo representó para el eje de la economía la implementación de las vías de comunicación: el telégrafo, las líneas de navegación, pero principalmente el incremento de las vías ferroviarias. Las elites liberales fascinadas por la modernización en la que había sumergido el país, se muestra el contraste: la mayoría de la población soportaba grandes carencias y múltiple de limitaciones, con un cada vez más creciente empobrecimiento, particularmente por intenso proceso de despojo de tierras debido a la aplicación de la Leyes de Reforma que el porfiriato profundizó. Las poblaciones indígenas serán los grupos en la mira de los liberales en el poder. Las cuales no sólo serán despojados de sus tierras, sino por otras formas de represión como la incorporación, la colonización y el sometimiento del Estado en alianza con las compañías, particularmente con las deslindadoras. El despojo continuo a los que fueron sometidos las comunidades desde la entrada de los liberales, benefició a los hacendados en los que se concentró la propiedad de la que fue arrebatada. Dice Julio Cesar Olivé que “el elemento indígena fue el que más sufrió dentro del sistema liberal porfiriano. Se aceleró el despojo de tierras por efecto de las leyes de desamortización, colonización y de terrenos de baldíos. La propiedad indígena estaba muy deficientemente registrada o tutilada o francamente carecía de títulos, de lo que se valieron los hacendados, las rancheros y, sobre todo, las compañías deslindadoras forasteras para despojar a los pueblos indígenas y fortalecer la propiedad latifundista, compartida ahora por los antiguos y por los nuevos hacendados, entre los cuales estaban extranjeros, principalmente norteamericanos” (Olivé; 2000: 91). La movilización de las comunidades indígenas fue importante para defender sus propiedades y con ello su cultura. El porfiriato fue feroz contra las comunidades indígenas, muchas de ellas fueron deportadas a las haciendas de Yucatán para hacer obligadas al trabajo esclavo, como el caso de los yaquis y los mayos.

Los ideólogos del porfiriato, aunque no solo del porfiriato sino de algunas partes de América Latina (Guerra; 2003: 376), los llamados científicos que basaban su filosofía en el positivismo, se habían planteado la incorporación del indio, pero no con tanto entusiasmo. La filosofía positiva era la base del pensamiento de la época para el establecimiento de la infraestructura del capitalismo. En aquel entonces también influía el darwinismo en las elites “pensantes” de los llamados científicos. Pero el positivismo da las bases para el desarrollo de la ciencia y la técnica, las prácticas que tanto necesita la elite dominante, para el desarrollo material que tanto anhela la burguesía. Sin embargo para el desarrollo de la antropología y su aplicación todavía no alcanzaba más que una mínima parte. Solo interesaba en la construcción de museos en las que se reunieran información de las comunidades indígenas que habían existido en el pasado, es decir, las comunidades muertas, aunque las vivas se les rechazaran y les reprimiera. A penas si se pensaba en una parte de la cultura dominante, que por cierto muy importante: la educación. Olivé dice que “El problema de la población nativa se aborda con mentalidad discriminatoria y se carecía de interés y de los instrumentos jurídicos e institucionales para planear cualquier tipo de política indigenista, salvo el aspecto educativo, que fue motivo de esfuerzos aislados, de orden regional, como en Chihuahua, donde se establecieron escuelas indígenas en la sierra” (Olivé; 2000: 93). La formulación de un tipo de educación para su posterior aplicación, sería el medio para la incorporación, sin embargo, en aquel entonces se consideraba que el desarrollo económico y el progreso sería la solución del problema, pero también, por otro lado, habría que ver la cuestión de la población: se modificaría la composición demográfica con las portaciones genéticas y culturales de inmigrantes extranjeros, que era parte de la política de la Ley de colonización (Ibíd.).

La elite intelectual porfiriana también estaba preocupada porque enfrentaba grandes rebeliones indígenas a causa del despojo y la explotación. Sin ir más allá de las particularidades en que se expresaron las rebeliones indígenas, estas pusieron el punto para resolver el problema del indio. Tomando en cuenta que las rebeliones fueron reprimidas a sangre y fuego por la dictadura, como otra posible solución a los problemas. Ejemplos de la represión y destrucción de estas rebeliones fueron en Pachuca, Actopan en Hidalgo en 1877, en la Sierra Nayarita en 1877-1881, en la Ciudad del Maíz en San Luis Potosí en 1877-1883 (Reina; 1998: XIV), entre otras. En ese sentido, mientras se daba la lucha entre indígenas y la elite liberal porfirista, los intelectuales e ideólogos debatían el problema indígena en el interior del gobierno o fuera. Dice Leticia Reina:

“Se preguntaban cuál era el lugar del indio en la sociedad mexicana. El centro de la discusión era si el indio se le podía transformar y modernizar para incorporarlo a la agricultura comercial, o si había que ignorarlo para modernizar el país. Y hay que tomar en cuenta que el 40% de los nueve millones y medio de mexicanos estaba calificado como indio.

El más notable dirigente de los “científicos” fue José Yves Limantour, ministro de Hacienda desde 1893. Su idea de gobierno era tecnócrata, es decir el gobierno en manos de los expertos técnicos. Partía de las nociones de la selección natural y el predominio del más fuerte. Esto lo llevaba a reconocer la existencia de élites naturales, las únicas capaces de conducir el proceso político y en su caso modificarlo. Estaba implícito que las élites naturales eran, en la sociedad mexicana, los especialistas y los hombres de ciencia. Por lo tanto, para él, los indios eran por naturaleza física y socialmente inferiores; esta ley natural fijaba a una situación permanente, haciendo poco probable que pudieran ser transformados en el llamado hombre moderno: estas certezas lo llevaron al abandono de la cuestión indígena” (Ibíd.: XVI).

La cuestión de la transformación de los indios o la corporación a la nación, no fue el punto que motivó a su efectiva aplicación, debido a la concepción que se tenía. El ideólogo liberal Justo Sierra había propuesto que por medio de la educación científica transformaría al indio en un individuo progresista de la sociedad mexicana, sin embargo la educación que plateaba nunca llegó a ser aplicada en las comunidades indígenas durante el porfiriato, o por lo menos no en su forma masiva como lo conseguiría en la posrevolución. De alguna manera la rebelión indígena sí ponían en jaque a la dictadura que impidió la libre transformación del llamado indio. Así entonces, el problema del indio no fue resulto porque también no estaban desarrollados los conocimientos de antropología o educación científica como lo llamó Sierra.

3. LA POSREVOLUCION Y LA CREACIÓN DE UNA ANTROPOLOGIA CIENTÍFICA.

La revolución de 1910 se presenta en un contexto en donde las contradicciones del capitalismo mundial salen a flote. Las guerras mundiales que viene después y la revolución Bolchevique, ponen en entre dicho el poder de las elites dominantes. En México el proyecto liberal impuesto desde principios de la segunda mitad del siglo XIX, se sumerge en una crisis en todos los sentidos de la vida social.

En otras cosas, viene motivada por la urgencia de un cambio social, político, económico e inclusive cultural que habían construido la elite política y económica. Los liberales habían puesto a la sociedad mexicana en una cerrazón en la que no tenían cabida ni su misma clase social, es decir, algunos individuos de la elite había quedado excluidos de la política-económica del porfiriato, y mucho menos los sectores excluidos por el capitalismo en el país, un capitalismo sui generis, es decir, en su expresión mexicana, latinoamericana y dependiente.

El desplazamiento espacial y de clases sociales en el involucramiento que tuvo en la revolución, puso en difícil situación a la elite dominante posicionarse en el frente. La elite que se había enriquecido durante el porfiriato, como Madero y demás, no era nadie sin el involucramiento de la población explotada como obreros, campesinos (indígenas y mestizos) y una parte de la llamada clase media en la guerra de revolución. Sin ir demasiado al detalle en estos acontecimientos que cambiaron el rumbo del capitalismo mexicano, por lo menos el que se estaba desarrollando en el siglo XIX, una nueva elite se posiciona al término de la revolución. Muchas de las nuevas elites pertenecían a la llamada clase media que se supo colocar en los espacios del poder. Los campesinos e indígenas (o indígenas campesinos) que había participado en la revolución en busca de las tierras arrebatadas durante el porfiriato, quedaron en la misma situación. Las clases populares seguirían siendo excluidas y explotadas. Con la consolidación de la llamada “familia revolucionaria” los grupos excluidos seguían movilizándose y organizándose, consiguiendo algunos derechos que la nueva elite se vio obligada a reconocer, sobre todo con el ascenso del cardenismo. El cardenismo representó una nueva organización política y económica y reorientó que capitalismo mexicano. La nueva elite inició una reconstrucción del Estado en todas sus dimensiones o por lo menos gran parte del mismo. La reconstrucción nacional se presenta como un nuevo periodo histórico en el que el nuevo grupo en el poder formuló un nuevo proyecto de nación con características propias de la época o por lo menos tuviera concordancia en su momento. Frente a las condiciones de incertidumbre en las que se postraba el país, la elite intentaba reorganizar y reordenar las relaciones sociales al preguntarse sobre la existencia de lo que éramos para de ahí montar todo un aparato ideológico y político de lo que deberíamos ser. Todo esto se necesitó de un grupo de intelectuales que llevaran a cabo la tarea, algo que como los llamó Gramsci, intelectuales orgánicos que sirvieran al Estado. El cardenismo fue el punto en el que el Estado mexicano acabaría por consolidarse. El interés de Cárdenas por consolidar el nuevo Estado que años atrás no se concretaba, tuvo su punto al construirlo en base a lo que se dio en llamar un pacto social, es decir, todos los sectores sociales del país participarían en la nueva política económica, hacia lo que se intentaba llegar: el México moderno, bajo la ideología nacionalista revolucionaria.

La nueva elite fortalecida y consolidada en el poder, reorganizó y reformuló la política indigenista, y aparecía de nuevo el problema del indio, según la nueva elite. Al final de la revolución la antropología no había tenido grandes avances o por lo menos todavía se encontraba en proceso de construcción. Teniendo en cuenta esto, no podemos dejar de tomar en cuenta que hubo algunas investigaciones que ponen sobre la mesa el interés por investigar a las comunidades indígenas que le interesaba saber al estado en su intención de integrarlos a la nación. Héctor Díaz-Polanco distingue en el periodo posrevolucionario un tipo de política indigenista para resolver el problema de los indios al cual la llama integración (Díaz-Polanco; 1987: 19). Pero esta política no se lleva a cabo sin el desarrollo de la misma antropología. En un primer momento inicia con este incipiente desarrollo de la antropología e inclusive precaria cuando se funda la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología. Después funda en 1917 Manuel Gamio la dirección de Antropología de la Secretaría de Agricultura y Fomento, y quien escribió uno de los primeros trabajos antropológicos sobre el conocimiento de las comunidades indígenas que una de sus preocupaciones era ver la posibilidad de integrarlos a la nación. Es una investigación que se considera el arranque de la antropología en México. Gamio se ha considerado el iniciador de la antropología y el indigenismo científicos, eso es interesante resaltar. Pero decía antes que integrarlos porque desde entonces se estaba ya planteado la manera de cómo enfrentar el problema del indio. Aunque en al presente investigación el autor plantea la inexistencia de la nación mexicana y los elementos para la conformación de un proyecto nacional que sirviera de herramienta política en los próximos años cuando se intenta reconstruir el Estado bajo la idea nacionalista, una expresión del capitalismo mundial y del país de la época. Veamos algunas líneas de su texto, un manual no solo de aplicación intelectual sino política que uniera en un solo aspecto la sociedad nacional que se pretendía construir, y que hace referencia sobre el lugar que debe ocupar el indio:

“1º. Unidad étnica en la mayoría de la población, es decir, que sus individuos pertenecen a la misma raza o a tipos muy cercanos entre sí. 2º. Esa mayoría posee y usa un idioma común, sin perjuicio de poder contar con otros idiomas o dialectos secundarios. 3º. Los diversos elementos, clases o grupos sociales ostentan manifestaciones del mismo carácter esencial por más que difieran en aspecto e intensidad de acuerdo con las especiales condiciones económicas y de desarrollo físico e intelectual de dichos grupos. En otros términos, con variación en cuanto a forma la mayoría de la población tiene ideas, sentimientos y expresiones de concepto estético, del moral, del religioso y del político. La habitación, la alimentación, el vestido, las costumbres en general son las mismas, con la diferencia más o menos aparente que imprime el mayor o menor bienestar económico de las respectivas clases sociales. Por último, el recuerdo del pasado, con todas sus glorias y todas sus lágrimas, lo atesoran los corazones como una reliquia: la tradición nacional, ese pedestal arcaico donde se yergue la patria, vive palpitante y vigorosa en hombres, mujeres y niños, en sabios e ignaros, en los hijos de la gleba y en los petimetres refinados, en los altos cultores del arte y en pobrecillos rapsodas de aldea. Y esa tradición hace el milagro de transmutarse en mil aspectos conservando siempre su unidad y su carácter típico” (Gamio; 2006: 8).

En la aplicación de la antropología que se estaba planeando, Manuel Gamio tenía una característica muy particular. Según Juan Comas: “Manuel Gamio, tomó desde 1917 la iniciativa en cuanto a la utilización de la antropología social en problemas de mejoramiento de las que denominó ´poblaciones regionales´” (Comas; 1976: 4). En el centro de la preocupación de los antropólogos como Gamio es el “mejoramiento” para transformar las comunidades indígenas con el fin de justificar su política en favor de la construcción de sociedad nacional. En otro párrafo Comas resalta esta preocupación de Gamio sobre las comunidades indígenas, en el momento en que ocupaba la Dirección de Antropología, pues dice que “El programa de la Dirección de Antropología puede decirse que es un proyecto oficial para el mejoramiento social, basado en estudios antropológicos y etnográficos, desarrollado de acuerdo con principios científicos que constituyen un extraordinario y casi único experimento de gobierno” (Ibíd.: 23). La preocupación según Gamio era el “mejoramiento” de las comunidades indígenas. Una forma de justificación y de necesidad de la nueva elite que se estaba proyectando en construcción del nacionalismo mexicano por parte del Estado en construcción.

Otra manera de plantear la antropología social aplicada sobre las comunidades indígenas en el periodo posrevolucionario, Moisés Sáenz marca otro punto importante. Promotor del Primer Congreso Indigenista Interamericano, Sáenz estuvo también preocupado por la incorporación del indígena. Fue creador de La Casa del Estudiante Indígena, del sistema de escuelas rurales, entre otras cosas. Dice Comas que “entre junio 1932 y enero de 1933 planteó un interesante ensayo con el nombre ´Estación Experimental de Incorporación del Indio´, en la Cañada de Once Pueblos, siendo su ´objeto desarrollar estudios e investigaciones de Antropología social´, para cerciorarse de las realidades del medio indígena y de los fenómenos que operan en el proceso de la asimilación aborigen al medio mexicano” (Ibíd.: 27). La concepción de Sáenz está ligada, como Gamio, al proyecto integrador, pero con argumentos más desarrollados en su obra basada sobre todo en la educación, de hecho él fue un impulsor de la educación nacionalista, algo que se interrumpe por su inesperada muerte y que Gamio lo continuo de alguna manera. Dice Comas que “la obra de Sáenz y el ambiente que la misma creó, tuvieron influencia decisiva en la orientación antropológica de posteriores actos del gobierno en su política de incorporación e integración indígenas a la nacionalidad” (Ibíd.: 30).

La obra de otro antropólogo indigenista que tuvo una labor importante en la construcción de la antropología científica, y que estaba preocupado por el “mejoramiento” socio-económico y su integración de las comunidades indígenas fue Miguel O. de Mendizábal. No voy a profundizar sobre él, pero si decir que tiene un lugar dentro del proyecto integrador del Estado posrevolucionario. Dice Comas que “en 1941 encontramos a Mendizábal en el Departamento de Antropología de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas como profesor de ´antropología aplicada´ y dirigiendo un seminario acerca de ´problemas indígenas actuales de las repúblicas de América´” (Ibíd.: 32).

Un punto importante dentro del indigenismo del Estado o la llamada antropología aplicada formulada por el gobierno posrevolucionario, es la participación activa del Instituto Lingüístico de Verano (ILV) sobre las comunidades indígenas del país. La complicidad del Estado Mexicano posrevolucionario con el gobierno imperialista estadounidense se ve cumplida en con el proyecto del ILV. Según Comas: “sus objetivos inmediatos son el estudio de los idiomas aborígenes, con la preparación de vocabularios, gramáticas, textos bilingües, etc.” (Ibíd.: 34) Pero estudios más recientes o por lo menos desde otra postura desmienten las palabras de Comas. El antropólogo Gilberto López y Rivas comenta que “el ILV es uno de los instrumentos que el imperialismo utiliza para accionar de manera sistemática y permanente en un sector específico de nuestros pueblos: el de los grupos indígenas y lingüísticamente diferentes de las comunidades nacionales en donde se encuentran” (López y Rivas; 1988: 126). Apoyado por el antropólogo protestante Moisés Sáenz, el ILV se establece en México para “crear un centro de adiestramiento de lingüistas jóvenes dispuestos al trabajo religioso” (Ibíd.). Dirigidos por William Cameron Townsend para trabajar en algunos regiones donde habitan comunidades indígenas del país. La antropología aplicada estaba en el punto necesario para las elites y contra las comunidades indígenas. Aquí no se si en favor del nacionalismo impuesto por el Estado mexicano o para imperialismo estadounidense, pero supongo, por el interés que tiene el gobierno estadounidense por introducir el protestantismo, puede ser en su favor porque el imperio no da algo sin nada a cambio. Los asalariados del ILV tenían un objetivo que cumplir: la trasformación de los grupos o comunidades indígenas. La introducción de estos al trabajo de campo es la misma que hacen, por tradición, los antropólogos. Dice López y Rivas que: “Por medio de informantes asalariados, generalmente jóvenes, los misioneros comienzan a introducirse en el lenguaje y en la cultura del grupo. Los informantes son entrenados de tal manera que se transforman en los primeros conversos que propagan la ideología de los misioneros. Por lo general, los nuevos conversos inician o auxilian una campaña religiosa e ideológica con los materiales preparados por el ILV (Ibíd.: 128). La trasformación de las comunidades indígenas, ya no tanto para la consolidación del nacionalismo impulsado por el Estado, tiende a crear tuvo otros objetivos. Pero dentro del ILV, el proyecto tuvo también varios objetivos. La conversión al protestantismo es uno, pero en el fondo era introducir la ideología liberal, a través del reforzamiento del individualismo y la neutralización de la movilización social de las comunidades indígenas, entre otras cosas.

El indigenismo formulado por el Estado mexicano se ha ido profundizando. La “preocupación” de las elites sobre el problema del indio siguió latente. La creación de instituciones como de la propia Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) o la formación de antropólogos como de Gonzalo Aguirre Beltrán que impulsarán el proyecto del Estado mexicano bajo la ideología nacionalista dan cuenta de ello. Desde el cardenismo hasta los años sesenta se ha considerado la edad de oro de la antropología en México, porque se generaron las condiciones materiales, políticas y sociales para construir el pensamiento antropológico para imponer la ideología que justificara el Estado nacional. Las comunidades indígenas, a pesar de un largo proceso de colonización desde la colonia, seguía sobreviviendo al dar la batalla a las elites que se han impuesto en el poder en diferentes momentos en el tiempo; y con toda razón las elites posrevolucionarias tenían como un punto de su preocupación la cooptación de las mismas. Por ejemplo de la ENAH dice Comas que “surgió de la preocupación, cada día mayor, por conocer los problemas inherentes a la población indígena mexicana, y por tanto de la necesidad de preparar personal apto en las distintas ramas de la investigación” (Comás; 1976: 44). No voy a profundizar en la creación de la ENAH, pero si decir que fue una de las instituciones del cardenismo que sirvió para el proyecto nacionalista del Estado posrevolucionario y frente a la “preocupación” del problema del indio.

El Primer Congreso Interamericano celebrado en Pátzcuaro, Michoacán, del 14 al 24 de abril de 1940, forma parte de la consolidación del indigenismo mexicano y latinoamericano, pero también los cambios del indigenismo que se venían aplicando años antes. De este congreso surgió el Instituto Indigenista Interamericano, siendo Manuel Gamio su fundador que consistió en “iniciar, dirigir y coordinar las investigaciones y encuestas científicas que tengan aplicación inmediata a la solución de los problemas indígenas” (Ibíd.:50). También, poco después, la creación de Instituto Nacional Indigenista (INI), siendo Alfonso Caso su fundador. Esta institución tenía la función de dirigir la política indigenista en el país, y entre una de las principales funciones es investigar los supuestos problemas de los grupos de indígenas del país. El INI fue un organismo que dependía directamente de la presidencia de la república, todo lo que se hacía dependía de las decisiones de las elites y gobernantes posrevolucionarios. De esta institución surge un nuevo grupo de antropólogos dirigidos por Alfonso Caso, como Gonzalo Aguirre Beltrán A. Villa Rojas y Julio de la Fuente. Estos antropólogos reformularan los conocimientos antropológicos para la aplicación sobre las comunidades Indígenas. Por ejemplo, según Díaz-Polanco, desde el congreso de Pátzcuaro se tomaron los planteamientos de la política indigenista llamado relativismo cultural (Díaz-Polanco; 1988: 21), el cual concibe el respeto a las culturas en las que se está estudiando. Si bien no me voy a centrar mucho en el debate sobre los límites de esta postura indigenista, pero si decir forma parte de las reformulaciones de la antropología aplicada o indigenismo que se presentaron en esta época.

En este periodo Aguirre Beltrán propone su idea que llama regiones de refugio, que será otra posición del indigenismo. Beltrán comenta esta idea de la siguiente manera: “Fue precisamente la organización del primer proyecto regional de desarrollo integrar establecido en una zona indígena, la que descubrió la forma y el mecanismo de interacción que, en el curso de cuatro siglos de contacto, habían construido las comunidades indígenas y mestizas para integrar una vida común en un mismo territorio. La aplicación de ese programa de desarrollo hizo ver, en la práctica, que no era posible inducir el cambio cultural tomando a la comunidad como una entidad aislada, porque ésta, no obstante su autosuficiencia y su etnocentrismo, en modo alguno actuaba con cabal independencia, sino que, por el contrario, sólo era un satélite de una constelación que tenía, como núcleo central, a una comunidad urbana, mestiza o nacional” (Aguirre; 1976: 314). Durante estos años el indigenismo tendrá el campo abierto para la reformulación de sus propuestas, que muchas veces se verá limitado por los pocos alcances logrado, sin embargo en un contexto favorecido por el capitalismo mexicano que dirigía las elites políticas y económicas del país, la antropología y los antropólogos aplicados tiene todo en mejor condición. Además dentro en un contexto internacional en el que la economía favorecía a grande sectores sociales en el capitalismo de posguerra. La economía en crecimiento daba a muchos sectores sociales una vida alegra y cómoda. Sin embargo todo tiene su límite y las contradicciones tarde o temprano salen a flote.

Al llegar los años sesenta el capitalismo mundial se sumerge, no de momento pero si paulatinamente, en una crisis política-económica que repercute en otros ámbitos de la vida social. La crisis tiene su expresión en México no solo en lo político-económico, sino en lo intelectual el cual sostiene en parte a aquel. La movilización mundial de 1968 tiene sobre las llamadas ciencias sociales y la antropología sus efectos inmediatos, poniéndolas en una profunda y larga crisis. En ese sentido la antropología o el indigenismo mexicano se postraron en una crisis y encontraron en una serie de cuestionamientos generados por el contexto político y social, sobre todo porque durante muchos años estuvo ligado al Estado o creció por él. El Estado había reprimido salvajemente el movimiento estudiantil provocando una deslegitimidad en sus políticas sociales, particularmente sobre el indigenismo. Dentro del quehacer antropológico, algunos antropólogos cuestionaron el papel que había tenido la antropología en el pasado, algunos de los que habían participado en el proyecto indigenista se desligaron y tomaron una postura crítica ante el mismo. Un ejemplo ilustrativo es el texto llamado De eso que llaman antropología mexicana, donde se reúnen textos de análisis críticos del indigenismo y la antropología. En ese sentido, la antropología entra en un periodo de crisis y trasformación.

La Revolución Cubana, por otro lado, desde los primeros años sesenta puso en crisis política y social no solo al poder dominante de las elites y gobernantes de los países que conforman el subcontinente latinoamericano y también la dominación imperialista estadounidense, sino también a los llamados científicos sociales por su involucramiento en los proyectos de investigación que combatían la insurgencia en el subcontinente. El “escándalo” que se desata por el involucramiento de antropólogos y sociólogos en el Plan Camelot (López y Rivas, 1988: 37), antecede a la crisis de la antropología y del indigenismo en México. Fueron los años de gran convulsión social y no se podría esperar que no afectara las llamadas ciencias sociales y la antropología a nivel nacional, subcontinental y mundial.

La antropología desde los años sesenta cambia su postura, o por los menos el indigenismo ya no va a tener la posición privilegiada que lo tuvo a partir de los años del cardenismo en adelante, o hasta los años sesenta en que se postra en una crisis. De aquí en adelante, la antropología (aplicada) va a tener diversas maneras de apoyarse, ya no solo del Estado, sino de otras instituciones que requerirán del trabajo del antropólogo. En nuestros días los antropólogos son contratados por diversas organizaciones que requieren sus servicios, que no dejan de tener interés colonialista interno, colonialista o neocolonialista, por retomar conceptos usados por Margarita Nolasco y Pablo González Casanova. Por ejemplo, algunos antropólogos son contratados por las ONGs que gran parte de ellas son financiadas por organizaciones internacionales para enfrentar los efectos del neoliberalismo que se consolidó en los años noventa y que se mantiene de alguna forma hasta nuestros días. De acuerdo con James Petras, las ONGs son los brazos del imperialismo, pues ha servido para mantener su dominio en los países en que su poder podría ponerse en peligro. Los antropólogos y otros asalariados sirven en la manera en que “desvían a la gente de la lucha de clases” (Petras, 2000: 7). En la Escuela Nacional de Antropología vemos algunos profesores que trabajan para la ONGs, como el antropólogo Milton Gabriel o también lo hay los que son historiadores como Jorge Ignacio García. Este es un ejemplo, pero hay muchos en los que participan los antropólogos con quien los requiere. Vendiéndose al mejor postor. En este sentido ha cambiado la utilización de la antropología en nuestros días, que parte de aquel momento histórico de los años sesenta.

CONCLUSIÓN

En la medida en cómo se modifiquen las relaciones sociales en el capitalismo, particularmente en el capitalismo mexicano y en la construcción del Estado-Nación y sociedad nacional, el uso de la antropología o conocimientos de la misma en su aplicación se fue modificando, pero también se fue desarrollando. A lo largo de esta recorrido histórico, la antropología (aplicada) ha tenido algunas formas de aplicación y de desarrollo de acuerdo al momento en que se encuentra en el proceso histórico del México contemporáneo. Con el triunfo de los liberales sobre los conservadores y otros sectores sociales, le permite llevar a cabo, con mejores condiciones, la construcción de un Estado-nacional que ya se plateaba años atrás. Se plantean algunas formas de integración de las comunidades indígenas, como aquella política indigenista denominada incorporativa. En la que la antropología va a ser fundamental, pero sin lograr todavía grandes avances. En el periodo histórico llamado porfiriato el capitalismo tiende a profundizarse, presenta una continuidad con respecto a los liberales de comienzo de la segunda mitad del siglo XIX, y la política indigenista sigue manteniendo algunos avances que son necesarios, que según las elites, en su idea de ver el problema del indio que no impidiera la construcción de la nación. La revolución de 1910, representa una profunda crisis del capitalismo mexicano, pero inmerso en el contexto del capitalismo mundial también en crisis. Las nuevas relaciones que se generan, se reformulan las nuevas políticas para un nuevo Estado que las nuevas elites impulsan. En ese sentido, las elites encuentran que en su proyecto de un capitalismo mexicano posrevolucionario que el problema del indio sigue latente. Aplican una nueva política llamada integración. Las condiciones políticas y económicas favorecen un nuevo repunte de la política indigenista, para hacer de la antropología una institución que facilitara la integración del indio a la nación. Sin embargo, la crisis social, política, económica y cultural que sumerge el capitalismo mundial y mexicano, pone en cuestionamiento la política indigenista que entra en un periodo de crisis. En este sentido podría comentar, por último que, en palabras de Margarita Nolasco que: “La antropología aplicada –indigenismo- ha sido siempre una antropología colonialista, destinada al conocimiento –y en consecuencia al uso- del dominado” (Nolasco; 2010: 72). 

Nota:

[1] Los estudios actuales sobre la autonomía, muchas veces dejan de lado que la autonomía tiene una larga historia en las movilizaciones indígenas. Muestra de ello es lo que apologéticamente hace Héctor Díaz-Polanco, entre otros.

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